Hay una palabra que desde hace algunos meses sobrevuela las decisiones de todas las compañías: descarbonización. Un concepto que incluye una serie de acciones que se han de tomar para adaptar nuestra producción a un nuevo marco normativo que persigue la eliminación de los combustibles fósiles. Nuestros legisladores ya han fijado los plazos y las fechas para que esta transición sea efectiva: en un horizonte de 10-30 años (2030-2050), su plan estará completo y todos tendremos la tranquilidad de haber salvado el mundo.
La industria está en continua evolución, el cambio forma parte de nuestra esencia. Adaptarse es la mejor manera de sobrevivir y la resistencia a ese cambio solo proporciona una fatiga en muchos casos inasumible. El sector farmacéutico, como bandera fundamental del desarrollo industrial de los países occidentales, está obligado a asumir también esa transición energética y tendrá que analizar sus procesos productivos para hacerlos independientes del carbono y contribuir, así, a los objetivos globales. Como gran consumidor de energía que es, deberá trazar un camino que le permita la eliminación de los combustibles fósiles mediante una electrificación progresiva y una sustitución del gasoil y el gas natural por combustibles que no emitan CO2.
En muchas factorías ya se han ido dando pasos en esa dirección: la electricidad tiene ya certificados de origen renovable, se han adaptado los edificios para hacerlos más sostenibles, se han puesto en marcha instalaciones de autoconsumo y se han electrificado numerosos procesos. Pero el gas natural resiste con firmeza, esperando una Titanomaquia que lo devuelva al Tártaro del que fue extraído. Entre tanto, nuestras instalaciones siguen conectadas a su red mientras ante nosotros se presenta un horizonte de incertidumbre tecnológica y económica.
En la mayoría de la industria farmacéutica, el gas natural es usado para la producción de vapor o para generar calor que permita calentar aceites térmicos u otros fluidos pero surgen muchas preguntas: ¿es posible prescindir del gas natural? ¿Hay alternativas tecnológicamente viables para hacerlo? ¿Son estas tecnologías económicamente factibles? ¿Cuáles son estas tecnologías y cuándo debo implementarlas? ¿Lastran mi competitividad? ¿Y si no hago nada?
Hoy, prescindir del gas natural es una decisión poco recomendable pero necesaria y esto la convierte, por tanto, en una decisión difícil de tomar a corto plazo y muy peligrosa si uno no es capaz de decidir cuándo tomarla.
Existen tecnologías maduras para llevar a cabo esa sustitución, como la biomasa, perfectamente desarrollada y cuya decisión va a depender de su coste, del espacio necesario para su implantación y operación y de la capacidad y condiciones de suministro del recurso. También el hidrógeno de origen renovable está ya desarrollado y sus aplicaciones tecnológicas están listas para el acoplamiento en casi todos los sectores industriales. En este caso, la única limitación para su uso es su escasez y el elevado precio que impide su implantación. Finalmente, se están desarrollando numerosas plantas de biogás que certificarán un origen renovable del recurso pero, al igual que ocurría con el hidrógeno, su precio lo hace inviable en términos de coste.
De ellos, el hidrógeno verde parece ser la gran apuesta. Tomemos por un lado el precio del gas natural, sumando a este los derechos de emisión de CO2, que a día de hoy rondan los 40 €/tn pero para el que se esperan valores de 100 €/tn en un horizonte de 4 o 5 años. Y, por otro, tengamos en cuenta el precio del H2 verde, cuyos horizontes previsibles hablan de un entorno de 1,5-2 €/kg para el no tan lejano 2030, frente a los 7-9 €/kg actuales. Si estas tendencias se mantienen y los reguladores siguen presionando al alza el gas natural mediante tasas y barreras y continúan facilitando la producción de H2 mediante bonifcaciones y subvenciones, presionando a la baja su precio, tendremos más tarde o más temprano una situación en la cual el hidrógeno será más barato y competitivo que el gas natural. Si para ese día no estamos consumiendo hidrógeno, seremos menos competitivos; pero si, además, ese día no hemos tomado la decisión de hacerlo, estaremos a merced de un mercado tensionado y de una competencia que, con sus deberes hechos, nos habrá ganado y expulsado ya de nuestro Olimpo.
Saber con exactitud cuándo se producirá ese cambio no es fácil, por lo que solo podemos hacer dos cosas: estar preparados y tomar la decisión correcta. No es necesario, como hacen los maestros del ajedrez, analizar las infinitas jugadas posibles. Solo hay que tener en cuenta una: la más acertada. Para ello, plantea cuál sería tu respuesta a estas preguntas:
Si a día de no tienes respuestas o no estás gastando dinero en resolverlas, es muy probable que el día de mañana tengas un problema. En estos momentos, todos deberíamos tener entre nuestras manos un Plan de Descarbonización que nos permita reaccionar a tiempo ante una situación incierta y en el que se fijen, claramente, costes, plazos, riesgos, impactos y líneas rojas.
Todo apunta a que el futuro será distinto al presente que conocemos hoy, con o sin nosotros. Tengámoslo claro.
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