Existen muchas cosas que pueden salir mal, muchos problemas técnicos que resolver y, lo que es aún más importante, mucha financiación que encontrar, tanto para la construcción como para mantenerla operativa en condiciones aceptables de biocontención el tiempo suficiente para ser segura y rentable. No estamos hablando de un equipo como una centrífuga o una pipeta que podamos utilizar una vez y aparcar en una esquina sino de toda una instalación, a veces un edificio completo, que va a costar mucho esfuerzo poner en marcha y mantenerla operativa durante el tiempo suficiente como para haber amortizado su construcción, si es que eso puede ser cuando hablamos de inversión y repercusión de las investigaciones.
Este pensamiento no ha calado en nuestros gestores, acostumbrados a mirar a corto plazo: si hoy invierto diez, dentro de poco he de obtener veinte. La inversión en ciencia muchas veces no es tangible, no se puede relacionar de manera directa como el que compra un taladro y una sierra para fabricar muebles y verá su inversión rápidamente amortizada.
La inversión en ciencia repercute como un efecto mariposa en otras muchas áreas, genera riqueza a largo plazo, lo que no siempre es valorable económicamente en las cuentas de resultados, pero sí en el bienestar de toda la sociedad y la posibilidad de abrir nuevos campos tecnológicos y de negocio.
Primera cuestión: ¿para qué necesitamos una sala de alta contención?
Es quizá la pregunta más fácil de hacer y más difícil de contestar. Una sala de este tipo sólo tiene sentido si se va a llevar a cabo proyectos de largo recorrido en la que la peligrosidad de los agentes biológicos utilizados nos obligue.
Y aquí empiezan los problemas: ¿cómo se decide si un agente es lo suficientemente peligroso como para necesitar confinarlo? La clasificación de agentes peligrosos disponible en España en el RD664/97 o la Directiva 2000/54 CE no está del todo clara, pues ni vienen ‘todas’ las especies ni para todas dan mucha información, por ejemplo: no tiene el mismo riesgo subcultivar una especie como el Virus de Inmunodeficiencia Humana que hacer el diagnóstico de una sangre posiblemente infectada con este virus. O trabajar con líneas celulares humanas para insertar oncogenes y buscar posibles dianas terapéuticas que forzar la producción de una proteína viral en sistemas bacterianos. Entonces, ¿dónde está la frontera? ¿cómo valoramos ese riesgo?
Aunque está en marcha y fase final de aprobación en una universidad española, aún no hay aquí una titulación oficial que permita adquirir las capacidades para realizar esa valoración con total profesionalidad, aunque sí que existen varios cursos (en el CNB de Madrid y en la UAB de Barcelona) que, sin duda alguna, sirven de primer paso para ello si hay una formación biotecnológica previa. En cualquier caso, ambas adolecen de algo tan importante como la práctica de campo en esa disciplina, sólo adquirible cuando has trabajado en otras similares para conocer los sistemas de contención y barrera, los protocolos de validación y control y cómo trabaja el conjunto de la ingeniería de la instalación para mantener la bioseguridad.
Es más, todavía son pocas las instituciones donde existe un Comité de Bioseguridad que pueda llevar a cabo ese análisis y asesoría, al menos en cuanto a la construcción; en la mayoría de los casos, al menos en las instituciones públicas, esa valoración se deja descansar en las espaldas de los técnicos de Prevención de Riesgos Laborales (PRL) y esa suele ser un área en la que, y por la misma razón, tampoco suelen tener ni la formación biológica necesaria, ni la información técnica sobre sistemas de ingeniería de control, ni los recursos necesarios para evaluar un proyecto de este calado.
Lo más aconsejable es que, a partir de los conocimientos de las personas que piensan que necesitan un área de biocontención, se decida contactar con empresas del sector donde hay personal específicamente dedicado y formado. Aquí se abre un mundo de posibilidades; algunas de ellas equiparan ingeniería de salas limpias (cleanroom) con ingeniería de salas de contención y, aunque comparten muchas soluciones técnicas, el error de concepto es bastante común: no es lo mismo proteger un producto biológico que proteger al trabajador, a la comunidad y al entorno de ese agente biológico una vez ‘liberado’ dentro del recinto. Y, en la industria farmacéutica, muchas veces coexisten ambos tipos de requerimientos y aquí la protección del trabajador siempre debe primar siempre sobre la del producto, indudablemente. Este es sin duda un reto al que se han de enfrentar en la actualidad muchas empresas: transformar un ‘cleanroom’ en una sala de bioseguridad manteniendo los estándares de las primeras (GMP, ISO…).
Hasta ahora sólo disponíamos del Biosafety in Microbiological & Biomedical Laboratories (BMBL, CDC) y los manuales de la Organización mundial de la Salud (OMS) como guía de diseño. Pero, desde ya hace más de un año, disponemos de la primera herramienta normativa redactada en España por expertos de esta disciplina, la mayoría de ellos integrados en la Asociación Española de Bioseguridad (AEBioS): es la UNE171400-1:2019 ‘Diseño de instalaciones de nivel 3 de contención biológica (NCB3)’, un documento que será elevado a norma EN y con el tiempo será referente a nivel mundial.
En otros casos, estas empresas no serán capaces de evaluar el proyecto en su conjunto e instalaran una serie de equipos que no siempre satisfacen las necesidades que se exigen, ni se adecuan de verdad a lo que necesitamos. Las hay que ni siquiera han construido nunca una sala de este tipo, pero se aventuran a hacerlo porque “no debe de ser tan diferente de una sala blanca”. Son pocas las que, con total solvencia, son capaces de evaluar todo el proyecto en conjunto, diseñarlo, ejecutarlo, verificarlo y realizar un seguimiento completo durante toda la vida de la instalación (DQ/IQ/OQ/PQ).
Este sigue siendo el caballo de batalla, la escasez de personal con la capacitación acreditada necesaria para realizar desde el diseño hasta el ‘commissioning’ adecuado según las normas y directrices específicas de salas NCB3, otro camino por andar en España salvo que hablemos de OMGs, donde el CIOMG (Consejo Interministerial de Organismos Modificados Genéticamente) deberá revisar y autorizar su puesta en marcha.
Lo normal, y creo que lo prudente, es dejarnos aconsejar primero por aquellos que están acostumbrados a trabajar con agentes peligrosos. Aquí debería aparecer la figura del asesor de bioseguridad (Biological Safety Officer o BSO), alguien con experiencia demostrada en el área, con las competencias adquiridas en años de trabajo específico y con acreditación proporcionada por instituciones extranjeras como la American Biosafety Asociation (ABSA, CDC) o la International Federation of Biosafety Asociations (IFBA, NIH of Canadá).
El BSO debe ser un profesional que acredita dilatada experiencia y suficientes habilidades para asesorar a la dirección y al personal de laboratorio sobre el uso seguro del material biológico y que no solo conozca o haya visitado instalaciones similares, sino que haya adquirido los conocimientos suficientes para el diseño y control integral de salas, sistemas y protocolos trabajando directamente en ellas. El profesional de bioseguridad debería además haber adquirido también experiencia aplicando sistemas de gestión tales como ISO 9001, ISO 14001, ISO 35001 u OHSAS 18001, para controlar y fomentar el desarrollo e implementación de los programas y sistemas de evaluación, control, mitigación y seguimiento del riesgo.
Junto con el BSO, el siguiente elemento necesario en el proceso debería ser el Comité de Bioseguridad, cuya responsabilidad sería asegurarse de que se apliquen y mantengan las normas correspondientes en lo que respecta a la bioseguridad de las personas y trabajadores, a la preparación, almacenamiento, recolección, transporte y tratamiento de residuos biológicos infecciosos. No es una figura que aparezca en muchas instituciones (sí en algunas públicas pero muy pocas en la industria), pero debería relacionarse íntimamente con los comités científico y ético, que sí que suelen existir en muchas de ellas.
Todos ellos, en conjunto, son los que deberían valorar la necesidad o no de construir una sala NCB3 o adaptar una sala blanca existente a partir de los informes que el promotor del proyecto debiera haber elaborado previamente. En ese informe, se han de detallar con la mayor precisión posible las actividades que se van a realizar, con qué toxinas o agentes biológicos peligrosos y en qué estado, así como las cantidades de estos que se van a manipular. Con todos esos datos ya podríamos empezar a trabajar en el resto de necesidades: soluciones de ingeniería requerida, medios y espacio disponible, necesidades de formación de personal, costes de construcción y operación…; en fin, un sinfín de detalles que se van a necesitar tanto para su diseño como para su organización y funcionamiento.
Lamentablemente, la información para el desarrollo de esta tarea no parece estar muy accesible o simplemente es desconocida. La ‘Guía para la evaluación y prevención de los riesgos relacionados con la exposición a agentes biológicos’ del Instituto Nacional de Seguridad y Salud en el Trabajo (INSST), aunque bastante completa en muchos aspectos, no profundiza demasiado en cómo se debe diseñar un laboratorio NCB3, incluso con el nuevo anexo recientemente publicado a raíz de la pandemia que vivimos.
Hasta ahora, tan solo los manuales antes referidos nos permitían tener una visión total de los requerimientos físicos y tecnológicos para según qué necesidades de biocontención. Esas normas, de obligada aplicación en los países en los que se emiten, no siempre han sido utilizadas y aplicadas en España, pero siguen siendo la referencia para muchos y, si se me permite, de cumplimiento casi obligatorio en cualquier parte del mundo. La American Biological Safety Association (ABSA), la International Federation of Biosafety Association (IFBA) y el Canadian Institute of Health disponen de mucha información en sus páginas web acerca de las normativas y exigencias técnicas requeridas para construir una sala de contención con todas las garantías de seguridad, incluso acaban de lanzar sus propias apps (ahora tan de moda) para la valoración y mitigación de riesgos durante el trabajo con patógenos, a las que recomiendo echar un vistazo.
Segunda cuestión, ¿dónde lo construimos?
Cuando ya se ha decidido sobre la necesidad de construir esta infraestructura comienzan las decisiones sobre el terreno, nunca mejor dicho. Intentar (re)aprovechar una zona de un edificio ya construido no suele ser una buena idea por varias razones.
La primera y quizás más importante es que, según las normativas antes comentadas, se debería exigir que se ubique en una zona alejada del resto de instalaciones de nivel de contención inferior, con ningún tránsito administrativo y alejada de las paredes exteriores del edificio. Esto ya reduce las posibilidades de utilización de los edificios existentes, pues casi ninguna de las zonas disponibles suele cumplir todas las expectativas. En el mejor de los casos se suele adjudicar una zona en los sótanos que no siempre nos va a permiten cumplir con otra exigencia, bastante importante, como es que las zonas técnicas deberían estar formando un ‘sándwich’ con la zona de contención, de manera que las salas de filtros HEPA y climatización, servicios eléctricos y de otros suministros, se sitúen en la planta superior, para que todas ellas y sus conducciones estén accesibles para revisión/reparación. Así, esas conducciones podrán acceder a través del techo de la zona de biocontención de la manera más limpia y simple posible y en el punto de uso (por ejemplo, en una caja de filtración terminal). La planta central albergaría la sala de contención, equipos de frontera (SAS, autoclaves…), vestuarios, duchas… Por su parte, la planta inferior se dedicaría al tratamiento de los efluentes líquidos, que deberían salir de la zona biocontenida por gravedad, sin depósitos ni bombas intermedias, hacia los equipos de tratamiento de liquidos (Biowaste) y con conducciones también accesibles directamente para su control, mantenimiento y posible reparación.
Además de esa disposición, deberíamos tener en cuenta que esas zonas técnicas también deberían tener el mismo nivel de contención que la propia sala, por lo que tendremos que aislarlas de la misma manera, con sus salas de independencia, airlocks o sistemas de acceso seguro (SAS) para todo el tráfico de muestras biológicas, equipos, fungibles y materiales que deben soportar. Seguimos discutiendo si la zona superior, la de los filtros HEPA, debe ser biocontenida o no; yo opino que sí, pero solo es mi apreciación.
Con estas premisas se acaba triplicando las necesidades iniciales de espacio, por lo que una construcción ya acabada rara vez podrá acoger de manera adecuada un NCB3 o un animalario NCB3 (ANCB3). Además, el requerimiento de que la altura libre ronde los 280 cm hace muy difícil encontrar en un edificio ya construido con un espacio adecuado para tal fin.
Un ejemplo de este error, que estamos viviendo ahora en muchos hospitales a raíz de la pandemia, es cómo se pretenden construir habitaciones de aislamiento para infecto-contagiosos aprovechando habitaciones donde casi ninguno de los requerimientos antes expuestos son factibles de llevarse a cabo. De esta manera será difícil que las instalaciones que se consigan sean capaces de cumplir su cometido de manera eficaz y por tanto la inversión habrá sido en balde, además del riesgo biológico para el personal que allí trabaja y otros enfermos no COVID que se habrá generado.
Tercera cuestión, ¿a quién le encargamos la ejecución?
Otra difícil y arriesgada decisión, pues pocas son las empresas que integran ingeniería civil con conocimientos en biocontención y bioseguridad. Aquí es donde ese primer trabajo de diseño y requerimientos, la llamada Design Qualification (DQ), juega un papel muy importante para diferenciar a las empresas que de verdad construyen instalaciones homologables del resto de empresas. El intrusismo de algunas ingenierías, a veces especializadas en salas blancas y quirófanos (que ya poseen cierta experiencia en la disciplina), junto con las malas decisiones administrativas, donde los gestores de las instituciones priman cuestiones económicas sobre la seguridad de la instalación, pueden acabar en desastres a veces irreparables o en sobrecostes no asumibles.
Definir claramente las necesidades, los materiales de construcción, la resistencia mecánica y química de acabados, la ubicación de cada equipación, las instalaciones y equipos de frontera (aquellos que nos permiten la transferencia de cualquier objeto entre salas de diferente nivel de contención), la distribución de salas para el tráfico seguro y funcional de muestras biológicas, personas, material biológico, animales y equipos, aseguraría que se acepten sólo ofertas de empresas especializadas que cumplan los requisitos mínimos requeridos.
Si además incluimos en la ecuación el movimiento de animales la cosa se pondrá mucho más difícil, pues requerirán de su propia vía de entrada y de instalaciones específicas para su estabulación y gestión. Estamos hablando de una sala de alta contención, en la que se va a trabajar con agentes biopeligrosos que pueden causar enfermedades graves, a veces letales, para el personal de la misma (o para la cabaña ganadera o el entorno), por lo que poner en la balanza la cuestión económica frente a la seguridad de personas y ecosistema no me parece ético: construir una sala de contención con recursos y conocimientos insuficientes no es adecuado y, además es peligroso.
Cuarta cuestión, una vez construida, ¿cómo la vamos a mantener?, ¿quién se va a encargar de su dirección y control?
Si hemos sido capaces de llegar hasta este punto y sobrevivir mentalmente a un proceso con el que seguramente llevamos una buena temporada, comienzan otra serie de problemas que se prolongarán durante todo el tiempo de vida de la instalación y me refiero a cómo mantenerla operativa en condiciones aceptables de seguridad.
No sólo debemos pensar en mantenerla operativa (validaciones periódicas, consumibles, averías y obsolescencia de equipos…) sino también dotarla de una jerarquía de dirección y control adecuada, lo que supone un importante esfuerzo económico. Incluso en las instalaciones más pequeñas debemos establecer una serie de responsabilidades y controles internos y externos que aseguren un funcionamiento correcto y seguro.
Para ayudarnos en esa organización de personal disponemos de una segunda herramienta en forma de la norma, UNE-CWA 15793:2011 ‘Gestión del riesgo biológico en el laboratorio’, traducida y adaptada de la norma europea por un grupo de expertos de AEBioS (de ahí el acrónimo CWA, ‘C’ de Comité Europeo de Normalización más Workshop Agreement), que describe y delimita las figuras que deberían existir en la organización. La norma, basada en el ya conocido ciclo de Deming, establece una serie de responsabilidades, obligaciones y elementos de control (indicadores) de las estructuras organizativas que deberían existir en una instalación de biocontención.
Y si esta norma nos resultase complicada de interpretar disponemos de otra accesoria, la UNE-CWA 16393:2014 ‘Gestión del riesgo biológico en el laboratorio. Guía para la aplicación del CWA 15793:2008’, que amplía y complementa la anterior.
He de recordar que los normas UNE no son en ningún modo requerimientos legales para estas instalaciones, al menos de momento, pero a buen seguro nos ayudarán a identificar, controlar y reducir hasta niveles razonablemente aceptables (ALARP, As Low As Reasonably Practicable) los riesgos con los que vamos a trabajar en salas NCB3/ANCB3.
Quinta cuestión ¿Quién va a controlar el trabajo?
Hemos planteado que para dirigir y controlar estas salas hay que elegir cuidadosamente y asignar responsabilidades a las personas que integrarán el equipo de trabajo. Como decía al principio del artículo, la formación requerida, capacitación y competencia de todo ese personal no está bien definida y a veces es difícil de acotar. En estos casos, igual que para los puestos de dirección, solemos optar por personas con titulación adecuada (virólogos, parasitólogos, veterinarios en el caso de animalarios…) y con cierta experiencia práctica previa en este tipo de salas; pero no siempre podremos asegurar la adecuada capacitación para gestionar una sala de tan especiales características.
La posición del director científico de la instalación no supone sólo tener conocimientos de microbiología, bioquímica o biología celular, sino también tener ciertas aptitudes para comprender soluciones de ingeniería y un profundo conocimiento de su instalación, así como tener las aptitudes para coordinarse con directores técnicos, auditores, BSO…
Otra figura importante es el director técnico, una persona con conocimientos de ingeniería que sea capaz de mantener las instalaciones del laboratorio, los equipos y barreras de contención y los propios edificios, además de tener conocimiento sobre el manejo de agentes biológicos y toxinas.
Debemos recordar que, siempre que se manejan agentes peligrosos, existe una clara diferencia entre biocontención y bioseguridad, palabras que se debe cuidar de no utilizar inadecuadamente. La primera es la que define los medios de control del riesgo biológico y la segunda se ha quedado restringida al control sobre el control de stocks, la utilización inadecuada o la liberación intencionada o involuntaria de esos agentes. Pues bien, relacionada con la bioprotección debería existir una persona responsable del control de stocks de agentes peligrosos, entrada y salida de los mismos, etc. No tiene por qué ser alguien del ámbito biosanitario o alguien de la organización; de hecho, en los últimos años se tiende a delegar esto a empresas de seguridad, quizá algo complementario pero inadecuado por la falta de formación específica.
Pues si aún parece que hay poca gente implicada, llega la antes mencionada figura del BSO, una persona ‘externa’ a la organización pero que trabaja para la organización, con la autoridad delegada para detener el trabajo si detecta problemas. Es la figura del ‘auditor interno de la instalación’, pero también es quien asesora a la dirección sobre todos los temas que tienen que ver con estas instalaciones, desde los factores humanos hasta las soluciones de ingeniería aplicables, pasando por protocolos de trabajo y biocustodia. Como antes mencioné, existe una cuarta herramienta, de nuevo una traducción/adaptación de AEBioS, sobre un documento del Comité Europeo de Normalización, la UNE-CWA 16335:2014 ‘Competencia del profesional en bioseguridad’, que nos ayudará a definir competencias, encontrar, valorar y en su caso a formar, a las personas adecuadas en cada puesto.
Sexta cuestión, ¿de verdad os quedan ganas de emprender este camino?
Pues si la respuesta es sí y disponéis de recursos suficientes, lo primero que hay que hacer es armarse de paciencia. Son muchas las cosas que planear, que coordinar, que supervisar… Aun así, hoy en día ya disponemos de unas herramientas que nos van a guiar en el camino, desde qué exigir durante la construcción a cómo organizar el trabajo posterior: utilícenlas, consúltelas y, si tienen dudas, acudan a las asociaciones que las editaron, como AEBioS, donde seguramente encontrarán muchas de las respuestas a sus preguntas.
Recuerden que sólo son herramientas y que en España aún no se ha conseguido inculcar en nuestros políticos y gestores una cultura de la bioseguridad de obligado cumplimiento para que dichas herramientas se trasladen a normas de mayor rango (idealmente leyes, real decreto...), ni siquiera para que se pongan los medios adecuados para que la formación existente alcance grados de titulación oficial: sólo de esta manera aseguraremos la competencia de todo el personal que trabaja en esas instalaciones.
La pandemia que vivimos ha puesto de manifiesto la falta de esta cultura de bioseguridad, la escasa o nula experiencia de nuestro personal sanitario para la adecuada gestión del riesgo biológico y otras muchas carencias en esta disciplina.
Son estructuras cada vez más necesarias y, aunque en los últimos años han surgido bastantes en España, no siempre se ha logrado que haya una homogeneidad de criterios en su diseño, operación y sobre todo control.
Una última cuestión: estas instalaciones deberían diseñarse para una vida útil de unos cuarenta años. Piensen, cuando las construyan, en que al igual que las centrales nucleares, será necesario desmantelarlas con todas las garantías de seguridad y eso sólo se consigue en las fases de diseño inicial.
Nombre | F. Javier García Palomo |
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Empresa | |
Cargo | Consultor para la gestión del riesgo bioológico (FBA Certified Professional) y Presidente de la Asociación Española de Bioseguridad (AEBIOS) |
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